Cuento» Lealtad mutua
En el parque de diversiones, una pareja discute. Yo los miro desde mi puesto de manzanas azucaradas.
Ella es joven y hoy está decaída. A diferencia de otras veces, la noto harta. Su cuerpo parece vencido. Si me preguntan, pues, diría que a punto de caerse. El tipo también es joven y desde aquí se ve alto y sombrío. Seguro es la luz mortecina de los estands.
Pelean y eso me distrae. Si el tipo llega siquiera a empujarla, juro que largo todo y lo muelo a palos.
Ella me observa de reojo. La saludo para que se quede tranquila y el tipo descubre que los espío. Las miradas intimidan al que no quiere ser visto. La mía llega y avisa.
—¿Me da una manzana?
Ella es tan hermosa, tan apetecible y grácil. Si me lo pide, le doy mi vida.
—¡Quiero una manzana!
—¿Qué decís, pibe? Ah, sí, una manzana. Tomá, te la regalo.
Se despiden con un beso y se abrazan. Buen final para una discusión. Menos mal.
Me quedan varias horas de parque todavía y ya vendí todas las manzanas. Entre el ruido de mis cacharros y el humo, una voz:
—Gracias, Juan. Sabía que podía contar con vos, siempre estás alerta.
—¿Qué quería tu amigo?
—Qué me separe, ¿qué otra cosa iba a ser?
—¿Y en qué quedaron? Los vi abrazarse cuando se fue.
—En nada, porque yo a mi marido no lo dejo ni loca.
—Vas a tener que poner más empeño en cuidarte, no voy a estar toda la vida en este puesto.
—Te adoro.
—¿Dónde dejaste los chicos?
—Con tu mamá, cielo. Nos espera a comer ni bien cierre el parque.
Me encanta cuando me llama cielo. Ella es todo para mí: esposa, amante, compañera, amiga; y yo, un simple hombre enamorado.
—¡A las ricas manzanas! ¡Pasen y prueben la mejor azucarada!
Ella es joven y hoy está decaída. A diferencia de otras veces, la noto harta. Su cuerpo parece vencido. Si me preguntan, pues, diría que a punto de caerse. El tipo también es joven y desde aquí se ve alto y sombrío. Seguro es la luz mortecina de los estands.
Pelean y eso me distrae. Si el tipo llega siquiera a empujarla, juro que largo todo y lo muelo a palos.
Ella me observa de reojo. La saludo para que se quede tranquila y el tipo descubre que los espío. Las miradas intimidan al que no quiere ser visto. La mía llega y avisa.
—¿Me da una manzana?
Ella es tan hermosa, tan apetecible y grácil. Si me lo pide, le doy mi vida.
—¡Quiero una manzana!
—¿Qué decís, pibe? Ah, sí, una manzana. Tomá, te la regalo.
Se despiden con un beso y se abrazan. Buen final para una discusión. Menos mal.
Me quedan varias horas de parque todavía y ya vendí todas las manzanas. Entre el ruido de mis cacharros y el humo, una voz:
—Gracias, Juan. Sabía que podía contar con vos, siempre estás alerta.
—¿Qué quería tu amigo?
—Qué me separe, ¿qué otra cosa iba a ser?
—¿Y en qué quedaron? Los vi abrazarse cuando se fue.
—En nada, porque yo a mi marido no lo dejo ni loca.
—Vas a tener que poner más empeño en cuidarte, no voy a estar toda la vida en este puesto.
—Te adoro.
—¿Dónde dejaste los chicos?
—Con tu mamá, cielo. Nos espera a comer ni bien cierre el parque.
Me encanta cuando me llama cielo. Ella es todo para mí: esposa, amante, compañera, amiga; y yo, un simple hombre enamorado.
—¡A las ricas manzanas! ¡Pasen y prueben la mejor azucarada!
Azul Pacheco
Noviembre 2012
Noviembre 2012